3.8.11

Cartas para nadie VIII.

Soledad.
(Del lat. solĭtas, -ātis).

1. f. Carencia voluntaria o involuntaria de compañía.
2. f. Lugar desierto, o tierra no habitada.
3. f. Pesar y melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo.

Reúno fuerzas para escribirte más de dos líneas aunque no las vayas a leer. Reúno fuerzas para elegir las palabras, la puntuación, un mensaje. Pero las fuerzas me faltan. Me tambaleo. Caigo. Y aparezco en el suelo destrozado como un vaso de cristal. Aparezco y no quiero aparecer. No quiero estas paredes y este techo. Miro por la ventana y la Luna es lo único que hay. El rumor del agua que me ahoga, las tinieblas que me sepultan. No distingo los coches de las nubes, ni las hojas del calendario con los cronómetros. Lo que hay en mí interior es lo que desconozco, y lo que hay alrededor es lo que me asusta. Si te digo la verdad, mi alma me grita y me pide lo que tus ojos me niegan.

La realidad se rompe. Y sus aristas cortantes se clavan en mi piel. Miro a las estatuas y me devuelven su mirada pétrea, repleta de frases por decir. Frases que no significan nada bueno para mí, nada nuevo, nada reconfortante, nada que convierta mi corazón en algo menos gélido. Los cráteres de la Luna se agolpan tras la ventana. Y el significado de todas las cosas pierde su sentido. Yo quiero hablar sin que me oigan. Quiero que se escuche cada contacto con tu piel. Quiero amanecer y que tu presencia no se evapore. Quiero algo que signifique algo. Algo que pueda contestar. Quiero lo que todos quieren. Quieren que les quieran, que les completen, que les entiendan. Quiero sumergirme en tus tímpanos y escuchar cada uno de tus secretos. Quiero bucear en tus latidos, y así saber a qué latitud se acelera tu ritmo. Busco naufragar en tu paladar o en tu lengua para así ser de tu gusto. Y retorcerme si te giras, y abandonar el mundo si te vas. Quemarme por completo si tienes ganas de arder. Seguirte a aquel lugar dónde nada importa demasiado, dónde las promesas se cumplen de vez en cuando, dónde se ladra y se muerde. Y los perros maúllan y los pájaros ladran. Vuelan y dan vueltas de campana en su intento de darme alas para llegar a dónde estás. 

Mejor cierro los ojos. Mejor no respiro para no respirar tu perfume y encallar en los bancos de arena dónde tu presencia se amontona. Arráncame las venas, las palabras, y las cadenas que me atan a cada uno de tus músculos. A todas tus decisiones, porque te sigo a cualquier lugar que no implique moverse demasiado. Y eso no significa que no ande loco por rodearte y desaparecer. Por cubrir tus dudas de rayos de sol, y tus nubes de respuestas. Ando a cada lado esperando que el viento me barra. Barra mis pensamientos y los reflejos que causan en mis pupilas. Y que hacen que al mirar me entristezca, y que al no aferrarme a tu cabello desee no desear. Eso no significa que no viva de milagro y el milagro seas tú. Y quiero convertirme en las paredes de tu cuarto o en cada prenda de tu armario. Quiero borrar mis cicatrices y curar tus heridas. Olvidar que las tormentas pasan porque sí y a todos esos pájaros que parece que me observan desde el tendido eléctrico. Suelo despertar y que todo esté distinto. Tanto que no reconozco ni a los muebles ni a las personas, el cielo parece un vaquero que ha pasado muchas veces por la lavadora, igual que mis sueños, igual que muchas otras cosas. Las palabras llegan hasta mis oídos pero solo están de paso. Yo respondo asintiendo sin fuerzas, dejándome arrastrar por la marea de personas que siguen, a ciegas, su destino. Y la rutina me ahoga, y el gentío me tortura, aquellos que están cerca hacen que mi corazón no lata. Pero cuándo me cruzo con tus pupilas resucito. Y si tu voz me acaricia yo la escucho hasta dejar de estar sediento.

La realidad se rompe. Y todo lo que contiene me da de lleno. Me entierra en asfalto, en árboles talados y en nostalgia. En peleas callejeras, en días perdidos, en gastos y en malos programas de televisión. Me abruma los enjambres de personas, las marabuntas de mensajes, tú silencio. Me aterrorizan los pensamientos llenos de malicia, la impotencia de no poder gritar. Me arranco de piel y me lleno de tinta. Y escribo mis secretos, mis angustias, mis miedos. Y me paseo por la acera, asustado y tranquilo al mismo tiempo. Sin nada más que contarle a nadie, sin nada más que ocultar. El cristal de las ventanas no refleja la vida que se respira dentro de las casas, los pararrayos no paran de hablar y echan chispas. Y mire a dónde mire estoy aislado. Solo, entre esta etapa seca y este monzón, entre este magma y este hielo. Las sábanas parecen de hormigón y el oxigeno plomo. Camino por las calles y el viento se topa en mi camino pero no me despeja. Ni me inmuta. Voy de un lado a otro cansado de demasiadas cosas. De sonreír a la fuerza, de pensar en voz baja, de tantas imposiciones, de tan poca libertad, de fallar en los intentos. El cielo se nubla. Una y otra vez.