26.6.11

Cartas para nadie V.

Vida.
(Del lat. vita).
1. f. Fuerza o actividad interna sustancial, mediante la que obra el ser que la posee.
2. f. Estado de actividad de los seres orgánicos.
3. f. Unión del alma y del cuerpo.
4. f. Espacio de tiempo que transcurre desde el nacimiento de un animal o un vegetal hasta su muerte.
5. f. Duración de las cosas.
6. f. Modo de vivir en lo tocante a la fortuna o desgracia de una persona, o a las comodidades o incomodidades con que vive.

Vuelvo a responderte a tu carta, como siempre, después de haberla releído mil veces. No sé que contarte, hago lo mismo siempre ¿sabes? Tus cartas me mantienen con vida. Son como unos brazos que me agarran para que no me caiga, son como la única estrella encendida tras un cielo completamente apagado. Las leo, y me emociono, y te imagino escribiéndolas, y enviándolas y estaría así toda mi vida, imaginándote. Aquí dentro pasa el tiempo de una forma muy distinta. Todo se vuelve pequeño, minúsculo. Y aprieta. Y ahoga. Y te deprime. Y te hace reflexionar muchas cosas. Cada vez más y más profundamente sobre lo que tu alma esconde. Ahora, mientras te escribo, me fumo un cigarrillo y lo miro. Y ¿sabes lo que veo? Veo el cigarro y veo la vida. Y se va consumiendo, y humeando, y encendiéndose. Pero también veo el mundo, y a las personas y a mí mismo. Así, mientras se consume. Y luego me miro al pequeño espejo que guardo y no le encuentro sentido a nada. A las voces que gritan y que actúan sin pensar, a todos esos locos. Y odio cada centímetro cuadrado de cemento, y cada metro que nos separa. Y también odio cada barrote. Y cada escalera, y cada patio de recreo. A veces me odio a mí mismo, casi siempre a los demás. Porque en la mente de la mayoría guarda cantidades ingentes de oscuridad y malicia, revuelta entre sus pensamientos, camuflada con bondad. Y se creen que nadie lo nota. Pero sus palabras y su mirada lo chillan. Y ¿quién quiere una vida así? Rodeado de tristeza, de estúpidos y de problemas. Y sin embargo, ¿para qué quiero yo la vida sino es para volverme loco de alegría al ver el sinuoso trazo de tu escritura, tus frases cortas, tus ardientes despedidas?. Y por eso me da igual consumirme si es mirándote a los ojos. Por eso me da igual el silencio si después vendrás tú. Porque contigo la vida no es vida, es otra cosa, mucho mejor, distinta. Y es que la vida está muy sobrevalorada. Hay demasiado ruido, demasiada repetición, demasiado sufrimiento. Y a todo nos acostumbramos, por eso ya casi nada sorprende. Si llueven llamas es normal, si los pájaros se mudan de planeta, si la tierra tose. Y para sobrevivir entre todos estos campos de minas y tiburones solo podemos sonreír, seguir aguantando los golpes, arrastrándonos por el suelo. Ya no somos humanos, ni animales, ni nada útil. Solo vidas, que como las bombillas, se encienden y se apagan. Y mientras tanto cuatro estaciones, millones de facturas, de heridas y de besos que saben a papel. Nos toca fingir, cada día, cada hora, cada minuto. Pero contigo eso no ocurre, lo cotidiano está demás, tu reflejo es lo importa, y más importante aún lo que susurras.

Ya ves, desencantado con la vida y todo lo relacionado con ella. Ya no te puedes ni fiar del amanecer, ni del frío ni del calor, ni de la amistad, ni del orgullo. Ya solo podemos caer en picado, soñando con aparecer en la madriguera del conejo blanco, y sin embargo, encontramos el suelo. Pero bueno ¿qué tal? Espero que tu vida sea una vida distinta, brillante. Plaga de flores silvestres y de momentos de tranquilidad. Con el sonido de las olas, con el silencio de las montañas. Espero que los problemas no te enganchen. Y si desgraciadamente se topan contigo, sean con forma de muros que se pueden escalar fácilmente. Espero que tu vida no se consuma como mi cigarrillo. Espero que tu vida sea como un fuego artificial. Que no necesites nada para vivir, ni siquiera a mí. Que nada te coja por sorpresa y te destroce. Yo hasta entonces, hasta que nos volvamos a ver, ya lo sabes, viviré de tus cartas.

24.6.11

Cartas para nadie IV

Dolor.

(Del lat. dolor, -ōris).
1. m. Sensación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo por causa interior o exterior.
2. m. Sentimiento de pena y congoja.

Me escribiste diciendo que no sabía nada del dolor. Que ni comprendía su significado ni sus efectos. Que me era lejano, como la Luna, como el último piso de un edificio de mil plantas. Dijiste que no sabía nada del dolor. Que para mí sólo era físico, una herida al caer de bruces, contra el suelo o contra algo escarpado. Pero lo que no sabes es que yo sí sé lo que es el dolor. Lo sé muy bien. Siento dolor desde hace mucho. Dolor cada vez que veo que te vas, teniéndote tan cerca. Dolor cada vez que me hablas de tus sueños, tan lejos de ellos. Dolor cada vez que te quieres acercar a otro. Dolor cada vez que amanezco sin ti. Dolor cada vez que quiero a muchas, y a su vez no quiero estar con ninguna. Dolor cada vez que te pierdo. Dolor cada vez que la pena me invade, cada vez que el destino me reta y me vence, cada vez que las caídas no hacen daño a las rodillas pero sí en el alma. Te digo que sí sé lo que es el dolor, porque lo siento siempre, muy a menudo. Lo siento cada vez que te alejas y te despides, cada vez que no te dirijo la palabra, cada vez que escribo sobre ti. Si te vas tiemblo y me duele, si sonríes me mata que no sea por mí. Me tortura la idea de que no estés lo suficientemente cerca o lo suficientemente lejos. Me tortura perderte, decirte adiós. Cada recuerdo es una astilla, la memoria un astillero. El recuerdo de tu tacto un serio problema, tu perfume una razón para olvidar la cordura. Tus pasos, mil quebraderos de cabeza. Tu presencia, mi condena. Noto cómo te vas alejando. Despacio, deprisa. Y no le veo sentido a la vida, y doy los buenos días aunque ningún día sea bueno, escribo por escribir, escribo por escribirte. Tu ropa es el horizonte. Tus labios, tu voz, tus ideas, todo por lo que me clavaría mil puñales. Me envenena que estés lejos. Me maldigo cada vez que no quiero que estés cerca.

Mi alma arde, como las ascuas, como cuando pienso en ti, y en ti, y en ti. Ya sabes, el fuego no siempre quema, el frío no siempre hiela aunque se siente. Como siento que no estés, como siento que no estés. Me decías que no sabía lo que era el dolor. Pero sí lo sé. Tiene mil rostros y a veces el tuyo, o el tuyo, o el tuyo. No solo duelen las heridas, también las cicatrices, los traumatismos, las despedidas. He notado el dolor en los labios y en el corazón, lo he sentido tras un puñetazo, un comentario con la apariencia de ser sin importancia, tras tus revelaciones y tus intenciones. Lo he sentido muchas veces, con el sol brillando, con la noche alrededor.

Y me dices que no sé nada del dolor, qué sabes tú ¿has sufrido mucho? ¿con qué? ¿con un plan qué no salió cómo esperabas? ¿con una relación que terminó? ¿con una verdad echada en cara? No me hables del dolor. Pues mi dolor dura años como la contaminación de algunos materiales. Mi espíritu se erosiona como el acantilado de la costa. Es cómo un parasito que nunca se va. Como una voz que no se calla. Y me recuerda todo lo que no quiero recordar. Ya sabes, cada frase desafortunada, cada paso dado en falso, cada día sin sol.

P.D: no espero que entiendas todo lo que me duele, ni cómo me duele. Solo quiero que sepas que el dolor no es algo único, que yo también lo siento más de lo que me gustaría, como la arena de la playa la subida y bajada de la marea, como los pararrayos las tormentas, como las películas de cine la falta de atención.

22.6.11

Cartas para nadie III

Error.
(Del lat. error, -ōris).
1. m. Concepto equivocado o juicio falso.
2. m. Acción desacertada o equivocada.
3. m. Cosa hecha erradamente.


Esta carta la escribo en un día de desesperación, de enfado conmigo mismo y con todo lo que me rodea. Harto del aliento frío con que el invierno hace trizas el fuego de las almas. Harto del continuo repiqueteo del dolor en los días de lluvia y viento. Escribo esta carta porque he andado cientos y cientos de kilómetros solo, cercado por abismos y laberintos, y los ojos brillantes en la oscuridad de los demonios perdidos. He andado sin descanso, sin detenerme, por desiertos dónde la arena estaba al rojo vivo y la poca agua que había siempre era aguardiente. Me he congelado de frío por estepas donde, de vez en cuando, se veían pasar bandadas de dudas, aleteando con fuerza, enredándose con mi cabello. He caminado bajo soles de distintos colores que no eran sino la mirada de desprecio de los demás. Y también bajo lluvias de estrellas que impactaban contra la Tierra y que no eran más que mis sueños. A veces creí ver la aurora boreal en alguna sonrisa, a veces creí tener el horizonte al alcance de la mano. Durante minutos que parecían horas, espejismos de futuros mejores me tentaban, me volvían loco. Corría hasta ellos y desaparecían, envolviéndome en bruma y golpeándome el estrepitoso sonido de las carcajadas.

Andaba en busca de respuestas, de consuelo, de comprensión. Andaba para librarme de las voces de los fantasmas de mis errores: gritándome a los oídos, chillando a la hora de dormir, cada momento, recordándomelos. Me clavaban en el cráneo carteles dónde me veía a mi mismo zafarme del cálido abrazo de aquel rostro al que me obligue a no querer. Y tuve que aprender a arañazos que sin su presencia me moría de hambre. Que mi corazón perdía el sentido si la veía andar en dirección contraria a mí. Los fantasmas cosían en mis ojos tapices dónde echaba de menos a todos lo que había expulsado de mis venas cediéndoles solo el árido territorio de mi ira. Los fantasmas me tatuaban con sus uñas negras todas las palabras que escupí para que me dejaran tranquilo, mientras en mi interior brazos invisibles se aferraban a cualquier cosa que estuviera cerca, para que todo estuviese en su sitio, para que nada se moviese, para que nada cambiase.

Y paso tras paso no encontré nada de lo que buscaba, ni siquiera el más leve rumor. Solo perdí la vista por llorar lágrimas de hierro y por dejar de mirar la realidad y su rutina, y sus desafíos, y sus venenos sin antídoto. Perdí el oído por no escuchar la voz de los árboles que al agitar sus ramas me indicaban que me parara a descansar bajo su sombra, por no escuchar las palabras de las corrientes de los ríos, que salpicando, me daban buenos consejos de los que no hice caso. Y a cada paso fui perdiendo más cosas. Haciéndose el camino más complicado, más salvaje y más atroz. Envolviéndolo todo con un manto oscuro. Agrietando más y más mi corazón.

Y ahora escribo y finalizo esta carta para expresar cada nudo en la garganta, y cada herida que noto debajo de mi piel. Para desahogarme aunque solo sean unos minutos de toda esta búsqueda que se tornó sin sentido. Puede que lo que más sienta no sea haber perdido el tiempo entre zancada y zancada sino que, a pesar de todo, sigo sintiendo cada error que he cometido reptando en el interior de mi conciencia.

18.6.11

Cartas para nadie II.

Duda.

(De dudar).
1. f. Suspensión o indeterminación del ánimo entre dos juicios o dos decisiones, o bien acerca de un hecho o una noticia.
2. f. Vacilación del ánimo respecto a las creencias religiosas.
3. f. Cuestión que se propone para ventilarla o resolverla.

Esta carta no es para nadie. No sé quién la leerá. Tal vez dentro de mil años alguien la desentierre de unas ruinas o de una botella sin más contenido que desvaríos entre la tinta. Y leyéndola, quizás, se pregunte ¿por qué? ¿quién la escribió? Eso no importa, eso da igual. No importa quién soy pues no soy nadie, ni un romántico, ni un loco, ni un preso. No soy nada. Solo soy el que escribe y se pregunta pero no halla respuesta. Solo soy el que no llega a ninguna conclusión, el que no entiende nada, el que no sabe nada. Miro por la ventana y se me apaga el corazón. Deambulo por la calle y en los estanques ya no hay cisnes, en el cielo no hay halcones. Solo hay prisa que carcome como las termitas la madera. Y madejas de tristeza con forma de los cables que comunican con los postes eléctricos. El arte se sepulta. El pensamiento se extermina. Las voces se callan. Las críticas parecen peores que las balas. Y las vidas pierden valor, como las casas, como los salarios. Veo el mundo y mi alma se derrumba, como los castillos tras mil disparos de catapultas, como se erosionan las montañas por el viento. Todo es tan extraño que no le encuentro el sentido: tanta maldad, tanta ignorancia, tantos colmillos. Se susurran, se miran, se sonríen, se acarician. Y se odian, y se temen, y se arañan. Y se ocultan, y se esconden, y engañan. Y todos estamos entremedias, perdidos entre golpes sucedidos de atardeceres, perdidos entre mentiras que chillan las bocas, entre gritos y silencio, entre desequilibrios y excesos. Y mientras los necios albergan esperanza, y mientras los que se creen sabios albergan planes, yo solo albergo dudas. Dudas infinitas como la distancia entre miradas que no se quieren ver, como el sentimiento de un Dios y de una hormiga, como la época de los dragones, como la lluvia de los días soleados. Dudas sobre lo que pasa a diario, desde lo cotidiano a lo cósmico, a lo más extraño. Dudas, casi siempre, sobre toda esa gente que me rodea. Tan felices, tan desdichados, tan de cartón piedra, tan difusos. Y ¿cómo no voy a tener dudas en un mundo dónde la lluvia es noticia y el asesinato no sobrecoge? En un mundo dónde se roba el cobre y se mata por el coltán ¿cómo no voy a dudar de mí si no sé dónde me encuentro? El desmoronamiento no sale señalado en ningún mapa, la desgana no está marcada por ninguna brújula. Las calles se estrechan, el universo se contrae, el espíritu mengua. ¿Cómo no voy a dudar? Si la Luna a veces desaparece, si la gente es tan oscura como todas las noches que me estrello contra los mismos sueños y las mismas pesadillas, si lo que veo es en blanco y negro y muy monótono, si ni siquiera estas líneas tienen un destino y un destinatario claro.

Seas quién seas. Si eres del futuro, o si sólo eres el olvido o el vacio interesado por los escombros, te regalo cada una de mis dudas. Desde la más personal hasta la que no tiene importancia. Duda de lo que ves pues cambia de repente. Duda de lo que escuchas pues las palabras tienen mil significados y las frases mil sentidos. Duda de la vida pues da mil vueltas, tiene mil socavones, diversos ataques de felicidad y dolor, de prejuicios e infortunios. Duda de ti mismo, de los semáforos, de los espejos, de las fronteras. Duda del camino. De las sonrisas. Y, especialmente, duda de mis palabras pues soy un desconocido cualquiera. Harto de dudar. Harto de dudar de mis propias dudas.

12.6.11

Cartas para nadie.

Locura.
(De loco).
1. f. Privación del juicio o del uso de la razón.
2. f. Acción inconsiderada o gran desacierto.
3. f. Acción que, por su carácter anómalo, causa sorpresa.
4. f. Exaltación del ánimo o de los ánimos, producida por algún afecto u otro incentivo.


Querida amiga, te escribo por fin. Por fin me he visto con fuerzas para empuñar un bolígrafo y desangrar su tinta sobre el papel formando frases. Frases que pueden carecer de sentido pero espero que tú las entiendas. No entiendo nada. Durante mi vida escapé de muchas cosas, de los problemas, de las personas, de mil situaciones. Y a medida que escapaba, me escapaba a la vez de la realidad, perdiéndome. Perdiéndome por oscuros bosques dónde nada era lo que parecía. Las sonrisas eran tan extrañas… siempre tenían algo que esconder. Siempre tenían algo que esconder.

Y cuándo no eran sonrisas era todo lo demás. El espejo, los transeúntes con los que me cruzaba por la calle, los insectos, las lámparas, las paredes que parecían menguar. Querida amiga, no sabes lo qué es dudar de todo el mundo, de todo lo que hay alrededor. Es lo mismo de todos los días pero sin encajar, como un cuadrado torcido, como un mal presentimiento. Me decían “déjate llevar” y yo sospechaba de las palabras, nunca me acercaba al fuego que emanaban todos esos rostros de porcelana y barro que gritaban sus frases vacías y cuyo eco resonaba en mis oídos más tiempo del normal. Querida amiga, al fin he comprendido que es la vida. Y no es más que una broma, una broma muy pesada. Es una larga escena de teatro, llena de personajes que a veces son protagonistas y a veces secundarios. Y al final se baja el telón. Y eso es lo único que importa. Y eso es lo único que importa.

Tú me decías “harás grandes cosas”. No he hecho nada hasta ahora. Hasta este gran descubrimiento. La vida no es más que nieve que se derrite. Se creen únicos y no son más que polvo. Y hasta que no se cae en esto no se vive. Lo que parece tan evidente y lo que, en realidad, arrojamos tan lejos como los cantos rodados contra el mar, como el miedo cuándo toca aparentar valentía. Los días pasan. Sí, pasan. Y todo sigue igual. Exactamente igual que el día anterior. Y a medida que todas esas decenas, centenas, millares de segundos pasan no hacen sino darme la razón. Somos pocos los cuerdos. Ante esta gran revelación me vengo abajo. Por eso me ha costado tanto escribirte. Porque hace tanto tiempo que no veo tu piel cruzarse en mi camino que no sé si tú también estarás cuerda. Aunque no te lo llegues a creer, estar cuerdo es una de las peores maldiciones. Veo a mis amigos y no los reconozco. Tan ciegos, tan locos. No los reconozco. No sé quiénes son. Si todo se acaba, por qué la maldad persiste. ¿No nos damos cuenta? No vale para nada todo ese odio, todo ese aparentar, toda esa falsedad que brilla en muchos de los ojos a los que mis ojos miran. En muchos de los ojos a los que mis ojos miran.

A veces me dan ganas de romperme la cabeza contra ese denso y ancho muro que llaman rabia. A veces me sumerjo en las fallas más profundas del océano más oscuro que llaman melancolía. Y ahí, sumergido en esas aguas tan oscuras, tan profundas, llenadas de los abisales reflejos de los abandonados, me pregunto ¿a quién voy a amar ya si ya nada me importa? ¿a quién voy a odiar ya si ya no puedo amar? ¿por qué echo tanto de menos si lo único que quiero es qué esta hoguera prenda y se consuma, se marchite y se disipe, como las hojas amarillas anaranjadas que en otoño pueblan el suelo que piso? Querida amiga, echo de menos tantas cosas… tantos momentos… tantos rostros. Aún aquellos a los que no quiero ver. Aún aquellos que me hirieron. A veces daría todo lo que tengo por volver atrás. A veces daría todo lo que tengo por volver atrás.

Pero otras veces saco fuerzas de alguna parte y salto tan alto que abandono los oscuros fosos de la melancolía. Y otras emociones me embargan. Y me rodean. Y me cercan. Y me hablan. Y ya no quiero volver atrás. Porque recuerdo todos los momentos. Todas las palabras que me rozaron. Cada una de las mentiras que me han contado. Cada arañazo, cada emboscada. Y ya no quiero saber nada de la Luna, ni del Sol, ni de las estrellas. Y ya no quiero sentir nada. Confiar en nadie. Ni siquiera en ti querida amiga, ni siquiera en mí. Porque luego muchas veces me arrepiento, y caigo de nuevo al mismo pensamiento que me taladra el cerebro y los oídos. Me gustaría volver a tantos regazos, me gustaría perder el tiempo en tantas antiguas conversaciones, en tantas camas, en tantos lugares, en tantas pestañas, entre tanta arena de playa. Aún cuando la bondad no existe, aún cuando todo es engaño. Aún cuando todo es engaño.

Querida amiga, te repito, la locura está en casi todas las personas, caminando trajeadas a sus trabajos, bebiendo en algún bar, conduciendo un monovolumen. Preocupados por sus facturas, por la política, por las noticias. A veces se reúnen y se contaminan con toda la hipocresía que se puede llegar a respirar en años de respiración. Jugando a un siniestro juego. Les veo comprar en los supermercados, hablar por el teléfono móvil. Les oigo criticar, maldecir, debatir, opinar, rogar y suplicar. Pero todo es lo mismo: locura. Locura en el café solo y en el café con leche. En el transporte público. En los países tercermundistas y en los más avanzados. Locura entre los millares de paraguas que florecen los días de lluvia. Locura en escaparates, en el desayuno, en los ordenadores, en los anuncios. Y todos esos locos me miran con sus ojos plagados de dardos de curiosidad y de asombro, de terror y de malicia. Porque ellos viven en el mundo y yo no quiero saber nada de él. Y yo no quiero saber nada de él.

Querida amiga, ya acabo esta carta, espero no alarmarte, ni sorprenderte, ni asustarte. Hay una parte de mí que aún a pesar de todo sigue riéndose de los chistes, disfrutando del aroma de las infusiones, de las noches que bordan sus tenebrosas historias con hilos de saliva y agujas de sangre. Hay una parte de mí que se agarra a un jirón de mundo, a un jirón de locura que es cómo un virus que todo lo enferma. Querida amiga, hazme caso, despierta. Recuerda que la vida es una broma ¿quieres saber su significado? No lo tiene. Todo termina. Aunque mañana siga estando allí. Aunque las pirámides sigan ahí, aunque el Sol siga alumbrando. Algún día terminará. Y con ellos las hipótesis y el cristal y las amebas. Y no quedará más que la certeza de que todo consistió en sufrir muchas veces y en ser feliz muy pocas. Querida amiga me despido. Me despido.

P.D: No sé cuándo tendré fuerzas de volver a escribirte. No sé si un día me lanzaré de lleno al precipicio del alcohol y la autodestrucción o dejaré que la locura de la que tanto me ha costado zafarme, vuelva a rellenar mi cerebro y mi sistema nervioso. Y volver a ser uno más entre toda esa marea de gente. Con una de esas sonrisas en el rostro que no tienen ningún significado. Sin importarme las heridas ni los que hieren. A merced de las olas. Loco y con el corazón latiéndome. Loco y con el corazón latiéndome.

9.6.11

Lo que es real (y lo que no).

La escarcha, las dudas, los prefijos telefónicos, las idas y venidas del salario, las palabras, los parabrisas, las nubes tóxicas, la angustia, las cartas que van del buzón a la papelera, las sonrisas, las tarántulas, la piel, el color sepia, las toxinas, la sensación mitad pensamiento mitad agobio de importarte más la hora de llegar a casa que las personas que comparten tu mismo vagón de metro, las protestas, las voces, el último oso panda, los trocitos de porcelana que antes formaban un plato, las horas que se mueren deprisa y los segundos que parecen eternos. La presión del agua, el perfume que no se olvida, las miradas que matan, las palabras que se malinterpretan, todas y cada una de las canciones de cuna. Los secretos que se callan las baldosas y los azulejos, el cansancio de los trapos, la vida de los mineros, la falta de autoestima, un día sin comprar el periódico, el maquillaje para ocultar el terrorífico miedo a la vejez. Las visitas al médico, el edredón nórdico y las sabanas a juego con sueños, pesadillas y resacas, el techo y su cara de pocos amigos, despedirte desde un tren agitando un pañuelo, un piano desafinado, las preguntas sin respuesta, un asesinato sin resolver, los gritos que surcan el cielo con forma de palomas. La primera letra del abecedario, el incansable camino hacia el horizonte, nacer llorando y morir de pena, las partidas de cartas, los ojos morados, Riga de madrugada, la vista tan cansada como el alma, los domingos sin pisar la iglesia, la Iglesia pisando de lunes a domingo, los focos, las cámaras, la acción. Los terremotos y sus catastróficas consecuencias, el amor y sus malditas causas, la trágica y traumática infancia y adolescencia por la que tienen que pasar las mariposas. Los cuentos infantiles llenos de psicópatas. Las luces de neón, el humo, el ruido, la tormenta, el granizo en vez de en vasos cayendo del cielo, las vitaminas que huyen del zumo de naranja, el auge sin motivo de los latidos del corazón, el reuma, las melodías sin letra ni ritmo que quedan grabadas en algún lugar de nuestras memorias, el aroma del café, estar medio dormido mientras llueve, las tormentas de arena, la inquietante amenaza de los meteoritos, los gatos negros, el primer día de colegio, el rasgueo de cuerdas de guitarra, los garabatos, las espesas sopas de letras, las repetitivas noticias del telediario, los días de sol y playa sin playa ni sol.

¡Hagan sus apuestas!, una nueva dieta milagro, las chicas que sueñan con ser portada del Vogue, las bodas de plata, los pulmones que parecen ceniceros. El mes de mayo con el frío de diciembre, el alambre de espino y las coronas, los ratones que se visten de traje, los pájaros de fuego que explotan en mi mente, tu paladar que es mi techo, la lucha a muerte entre el cine en versión original y el doblado. Cada día de otoño, la ficción superando la realidad, los dragones chinos tatuados en tu espalda, el mercurio del termómetro, el verano en Marte, el mundo cuando parece coloreado por acuarela, las secuelas de la guerra, las trampas al póker, los amigos que se pierden, las mentiras que estallan como fuegos artificiales. Las canciones de los Beatles, los platillos volantes en mitad de la cocina, las tinieblas, tu luz, miles de golondrinas que sonríen. Las antenas parabólicas, las crisis económicas, las curas de humildad, las hogueras de brujas, las brújulas perdidas, las guías de las ciudades de Europa, las gaviotas que sobrevuelan el vertedero, el olor a mar, las algas nori, la inmortalidad de las medusas y de los antiguos filósofos griegos, las islas desiertas, los eclipses que se ven cada cientos de años, los agujeros negros, los átomos, las montañas, el deshielo, los infinitos nombres compuestos de los protagonistas de los culebrones. El Infierno está en la Tierra, la arena de playa que se escurre entre los dedos y no es más que tiempo. Los juegos de beber, las traiciones, los hogares, las sonatas de violín, los incendios forestales, Nueva York años veinte, el primer hombre sobre la Luna, el misterio sobre las obras escritas por Shakespeare, las profecías que si se hubieran cumplido el mundo hubiera finalizado mil veces. El efecto del fin del milenio, la cuesta de enero, el punto y final.