25.8.10

VI

Se nublan las ideas y se repite la misma historia una y otra vez. Las mismas manos que se apartan, los mismos labios que se agotan. Madrugadas que despiertan con el sol en las legañas. Tirabuzones de petróleo y humo violeta enredándose con el destino. Mundos que apartan la mirada y cielos empapados en desdicha,
Pongo la mente en blanco y escucho mis latidos. Será por falta de energía o por las grandes cantidades de productos químicos pero a cada pálpito me despisto y acabo devorando tus arterias, destrozo la vida y muero contigo. Cubriéndome entero de un luto ridículo. Sustituyendo el brillo por el halo oscuro del misterio y un último adiós donde bandadas de cuervos se convierten en la noche de mi alma. Llorando asteroides y mis brazos llenándose de hiedra. Y con la fuerza de un relámpago en mi pecho hay una avalancha de piedras y hierro fundido. Abriéndose paso desde mis entrañas hasta fuera de mi piel, leones y tigres de bengala rugen y dan zarpazos a cualquiera que se acerque. Y mi columna vertebral son millas de tinieblas y explosiones nucleares. Y todo lo demás son kilómetros en llamas y maremotos de latón. Y del sol sólo hay lamentos, y de las flores se desprende el aroma del odio y del color sepia.

23.8.10

V

Confundimos el camino. Caímos al fondo del mar y nos ahogamos entre penurias, observando los peces de nuestros últimos suspiros. Y arriba el sol se cuela por el mar y nos ilumina el rostro. Un rostro derribado por el tiempo. Al abordaje en nuestros corazones el amoníaco y el demonio. Y en nuestras miradas pierde la vida un avión en llamas. Y por los barrancos caen piedras y persianas y miradas de terror.
Rebosante de envidia y avaricia la comisura de la boca de las estatuas. Siendo cada vez más lento y menos sabio arrastro mis huesos por el rastro sin huellas del otoño para terminar en una explosión de hielo y árboles frutales en mitad del más duro de los inviernos. Y tu mirada de loba me hace aullar y gritar, y soñar hasta que pierdo el tren que me devuelve a la realidad. Y te disipas y yo enciendo el televisor y me golpeo los parpados con la señal que la cólera emite para que los ojos se me sequen con los pixeles de la poca paciencia que tengo para aguantar la gota fría de las pesadillas. Y hasta arriba de pastillas vuelo a otro mundo donde la adrenalina es un compañero leal. Y el despertar es un susto pasajero y los latidos una molestia leve.

22.8.10

IV

Venciendo la fatiga, derribando la llana superficie del exceso de color marrón madera desapareciendo de nuestros bosques. Tiñéndose todo de miseria me vuelvo a alegrar pensando en la poca paciencia que me queda, en el sudor frío que recorre mi médula cuando tu ausencia se acentúa. Ebrio de tus susurros, cansado eternamente de los altibajos de seguir tus huellas. Tus labios son veneno y tu caligrafía mantiene unidas a mis neuronas. Y no me des más cuerda, que me enamoro de cualquiera que no pare de brillar. Y la constelación de tu rostro me invita a absorber el universo entero y arrancarme la cólera de la piel con un golpe de aire. Y de tu paso sólo queda escarcha, mi corazón roto, mi alma magullada y mi frente llena de arrugas de haberme pasado el tiempo admirando tus legañas. Y queriendo colarme en tus sueños muero de indecisión entre tu ciudad de pesadillas llenas de maldad y sobredosis de caricias negras y alquitrán.
Y pasando del oxigeno, cubierto de aromatizante y empapado por la oscuridad maldita que devora a los incautos.

21.8.10

III

Estábamos totalmente perdidos, como un zapato de tacón en mitad del desierto, como una llovizna debilucha en mitad del Monzón. Perdidos y totalmente indiferentes como la roca que sobresale en mitad del mar, ajena a la marea, ajena a la espuma y al salitre, mientras todo pasa y todo deja de pasar. Inmunes al humo y a las cuestas nos derrumbábamos como un suspiro se disipa en pocos segundos. Le clavamos las garras al lobo feroz que desde parajes oscuros gritaba y nos hería, agrietándonos el ánimo, secándonos el espíritu, pudriendo nuestra alma. Y a grandes zancadas el universo se me queda pequeño para poder seguir corriendo y bebiendo fuego, guardo pedacitos de invierno en el corazón, puñados de infierno en las sienes. Conviviendo con la rabia y con la señal de la televisión ausente por el momento. El frigorífico no enfría y mi cama está revuelta. Trastocado mi avance, me deprimo y me alegro según la cantidad de niebla que oprima mis sentidos. Convertido en escarcha, en polvo, en grandes masas de petróleo y ceniza apilada y compacta que bloquea la tráquea de la inspiración. Rodeado de cicuta, juego a bucear y a perder la vida en tiempo record. Y ni mencionar el reloj, ni el sedentarismo. Sin bendecir la mesa donde la locura se sienta a devorar neuronas y a moldear pensamientos sembrando el caos y el odio y miles de estrellas fugaces.

II

Caen las hojas, el hielo se deshace, el tiempo pasado siempre fue mejor. Palomas mensajeras y cambios de humor que trastocan la indiferencia que siento al ver como las estaciones pasan de largo sin agitar su pelo ni saludar a los transeúntes. Sintiendo el alivio de no tener la responsabilidad insana de no dar un paso si no quiero. Dejando para mañana miedos y personas. Olvidando las cicatrices que no se me pegan a la piel y el rostro seco y turbio de pensar demasiado. Bailando con los años que vienen por delante, planeando al detalle un atisbo de color, una explosión de candelabros y cisnes. Navegando sin rumbo entre absenta y miradas furtivas, que ni se dejan cazar ni invitar a un paseo por los sueños y una cena para dos en el silencio. Buceando a pulmón por el más profundo hielo de deseos rotos. Abrigándome con las pestañas doradas del amor olvidadizo. Dejando el corazón en casa y maniatado. Sediento de restos de amanecer impregnando de violeta y rayos de sol mi almohada. A ciegas por un camino de abrumadora realidad y ciencia ficción para fines de semana. Muerto de la risa. Batiendo mis alas y creyéndome libélula, creyendo cierta la historia de las ensoñaciones de hotel y los mitos de maletas. Guiándome por la luz de los instintos para acabar empapado de gasolina y vacios de magia y desiertos exóticos.

I

Que ya no vuelo, observo el pasar del tiempo como el implacable avance del agua de un rio que llega a la desembocadura del mar. Trazo planes, cambio de ideas, olvido el ajetreo que causa el daño, la pesada carga de la conciencia. Pero también tiemblo si me paso el día contemplando tu rostro y vuelvo a casa como un soldado herido, con el alma drogada de tristeza y cada músculo con ganas de llorar. Y al volver a casa ni piso la sala de estar porque si tú no estás yo tampoco estoy. Porque si tu sonrisa no choca con mi vista me echo a temblar de frío. Busco soluciones, hago el ridículo, y mientras, tu estela se disipa como el papel consumido por el fuego, como las huellas en la arena.

Que ya no me siento seguro con mi mente acechando. Así que si me ves hirviendo mi espíritu no te asustes, todavía me quedan muchas cosas por perder. Y si gano hago trampa y pierdo. Y si pierdo sin querer me consuelo con que la próxima vez lo haré mejor aunque no es cierto, siempre miento a mis mentiras, siempre quiero dejar de jugar al escondite y aferrarme a tu paladar y abrazar a tus papilas gustativas disipando la ira, evaporando la vida a cada calada, haciendo nubes de arena y tinieblas con lágrimas. Abrazado a las farolas, sin suerte en los bolsillos, sin la inmensa asfixia de perder el tiempo. Perdido en tus persianas, pregono ganas de olvidar a tu blusa. Me fusiono con mi sombra.

Y olvido el ritual del despertador y ese continuo sabor a nervios, a prisa. Ese amargo sonido de echar de menos tu voz.