23.2.10

Dialogo I

-Hola Pez Globo.

-Hola Princesa. Todavía no ha amanecido ¿por qué despliegas tu cabello entre las últimas horas de la noche? Sigue durmiendo o la Reina se enfadará.

- No puedo dormir Pez Globo, algo sucede en alguna parte, algo chilla, algo se lamenta, algo arde y nosotros estamos aquí, yo durmiendo y tú vigilando mis sueños. Sin importarnos lo que ocurra para afuera de esta habitación. ¿Entiendes qué no pueda dormir?

-Sí, si lo entiendo. Pero esa no es razón para dejar de dormir. Algo sangra, algo se marchita, algo cae y no se levanta pero también en otra parte algo nace, algo sonríe, algo ama, algo es feliz. Y tampoco nos importa su felicidad o su diversión porque tú duermes, Princesa, y yo vigilo tus sueños.

-Tienes razón Pez Globo. Pero aún así necesitan de nuestro cuidado los infelices para que se unan a esa otra parte feliz. De todas formas Pez Globo, no creo que nadie sea verdaderamente feliz. Pienso que a lo mejor nos acercamos momentáneamente a la felicidad, pero es como acercarse al horizonte, siempre sigue estando a la misma distancia de ti, andes lo que andes. Pero claro, a diferencia de caminar, hallar la felicidad es un horizonte alejado por nosotros mismos a posta. Nunca nos conformamos, nunca tenemos suficiente.

-Pero bueno Princesa. Los felices también necesitan apoyo, cuidados y atención, casi tanto como los infelices. Dices que no existe la felicidad, que es inalcanzable ¿ a caso tú no eres feliz aquí, en este palacio donde nada te puede alcanzar, donde la muerte no existe, donde la vejez, la enfermedad o los problemas que existen en el resto del mundo tienen prohibido traspasar las puertas de acero de palacio?

- No sé si seré feliz Pez Globo, puesto que no sé nada acerca del mundo exterior. ¿Cómo voy a ser feliz si no sé aprovechar los momentos buenos, porque carezco de los malos? Me gustaría salir fuera, aunque solo fuera un rato. Una hora, un segundo. Me gustaría conocer a gente nueva, ver el mundo. Colgarme de la luz eléctrica y de las antenas parabólicas. Llamar desde una cabina al infinito, comer en un restaurante el plato estrella. Viajar en primera clase, pedir un taxi, echar de menos a alguien y a algo, sentir amor. Correr de la policía, montar en bicicleta por alguna montaña escarpada. Bucear en los volcanes, no preocuparme por nada.

-Princesa, no tienes por qué preocuparte. Solo tienes que dormir y yo vigilar tus sueños. Créeme el mundo es una moneda en la que cara y cruz están mezcladas, difuminadas, tergiversadas. Puedes encontrar algo único y que en su interior guarde todo el mal que pueda existir. Princesa, en el palacio estas bien, sin saber de nada de fuera. No quieras rasgar tu vestido de seda. No quieras perder tus zapatos de cristal por un mundo donde a nadie le importarás. Solo duerme…

-Princesa, Pez Globo. ¿De qué estáis hablando? ¿La Princesa no debería estar durmiendo todavía?

-Entra, Equidna y cierra la puerta. La Princesa no quiere dormir, quiere traspasar las puertas y salir al mundo exterior, quiere conocer todo lo que hasta aquí no puede llegar.

-Princesa, ¿No estaréis hablando en serio? Nosotros conocemos el mundo exterior, conocemos sus límites, sus fronteras, sus prejuicios y sus miedos. Te aseguro que este palacio es el mejor lugar donde alguien puede estar. Aquí debes estar Princesa, y no dejarte arrastrar por las calles de las ciudades y hundirte en el humo que vierten sus fabricas.

-Equidna, creo que si alguien pudiera entrar a palacio, durante unos días, tal vez semanas, meses o años, estaría a gusto. Pero transcurrido un tiempo querría volver a su hogar, con los suyos y recordar esto como una experiencia más en su vida. Yo solo quiero conocer y experimentar, no dejar atrás todo.

-Princesa, si algo hay en el mundo que hace daño es el arrepentimiento, pues cuando lo sientes cuesta mucho dejar de sentirlo en el paladar, entre las papilas gustativas, entre las muelas del juicio. Y no es algo agradable créeme.

-Princesa, haz caso al Pez Globo. Tú duermes, él vigila tus sueños y yo vigilo la puerta de tu habitación. Y así van las cosas hasta que te despiertas. Entonces él puede descansar y yo también porque entonces viene Colibrí y te acompaña durante el día para que todo lo que pidas se te conceda, y también viene Oso Polar para vigilar que nada os suceda. Y así por ahora, transcurren los días y las noches. Sin problemas, todo va bien Princesa. Entiendo que, a tu edad, tengas curiosidad y quieras saber que hay detrás de las puertas de palacio. Pero una vez las traspases todo lo que conozcas, todo lo que toques, todo lo que huelas, todo lo que paladees, se quedará en tu cerebro, en tu memoria. Y ya no habrá vuelta atrás Princesa.

-Pero vosotros conocéis el mundo, y venís aquí a desempeñar vuestro papel dentro del palacio. Vosotros conocéis, vosotros sabéis. Aquí las estrellas no brillan tanto como ahí fuera.

-Tu madre te regañaría si te oyera decir lo que dices Princesa. Equidna, Oso Polar, Colibrí, Medusa y toda la corte, incluso los que desempeñan trabajos de poca importancia vienen de fuera. Solo tú y tu familia vivís en el palacio. Y hacéis bien. Dices que las estrellas aquí no brillan tanto, pero aquí siempre hay luna…

20.2.10

:O

¿Qué hay al otro lado del abismo? ¿Qué sorpresas me aguardan tras las persianas de tus ojos? Dime, desvélame el final. Háblame al oido, despacio, arrastrando las palabras para que con la estela que dejen me transporten al lugar de donde vienen, al fondo de tu garganta, al centro de tu corazón. Cuéntame quién eres y relátame los secretos que guarda tu alma, que callan tus labios. Esos secretos que tenemos todos, guardados en una caja más dura que el diamante, guardados en una tumba de mármol. Dime tu nombre, introdúceme en tu mundo. Un mundo donde el cielo no es azul, y la hierba recubre las ruinas de lo que hemos sido. Un mundo donde siempre hay algo que hacer, donde las sonrisas deambulan al torcer en cada esquina. Un mundo donde las vidas no pasan desapercibidas. Explícame de donde procede el viento, quien dio a luz a las buenas ideas, quién te esculpió con paciencia y entrega. Traza un plan perfecto para unir mis ojos con tus ojos, para escapar sin que nadie nos vea en este baile de máscaras. Traza un plan perfecto para resistir el mal tiempo, para superar el oleaje, la perdida de interés. Déjame beber la poción que desbordan tus labios, esa poción que resucita a los muertos, que hace que la primavera se adelante, que te hace olvidar que la noche tiene estrellas y luna. Déjame conducir a mí. Déjame navegar entre tu pelo liso, y hundirme y tragar agua. Déjame trepar por tus pestañas, evaporarme entre tus poros, andar por el techo. Dime tu dirección y dame tu número de teléfono que te prometo que te llamaré un día de estos. Déjame besarte en los labios mientras llueve, mientras el mundo se inunda, mientras el fuego brota de la tierra. ¿Por qué sabes? Me da igual lo que pase mientras rozo tu piel. El mundo deja de importarme. Me deja de importar los regalos de cumpleaños, el ámbar de los semáforos, los problemas sindicales de las hormigas obreras.

¿Qué se esconde entre tanto misterio? ¿Por qué la música invade todos los países en guerra por los que pasas? ¿Cómo se gana a la mala suerte? Contesta mis preguntas. Suena un piano y apareces tras la bruma. Se despeja mi corazón cuando me guiñas y también esa madeja de nubes que tengo por techo. Si tú quieres el número ocho se parte en dos. Si tú quieres el magma se solidifica. Si tú quieres yo también. Espera que me sirva un café y continúo. Escríbeme una canción de esas de amor, donde todo es tan perfecto que parece mentira. Escríbeme el guión de una película de esas de amor, en las que enamorarse no conlleva dolor ni pasar todos los días de tormenta pensando en qué hacer. Dibújame una brújula en la palma de la mano, que siempre me señale donde está el carmín que sueles utilizar. Apaga la luz del cuarto. Vuelas en círculos en el cielo y yo espero impaciente a que bajes en picado y me arranques las costillas. Que me devores con tus ojos rojos. Que me metas en tu nido y me dejes dormir en tu regazo. Riego las plantas de mi terraza pero solo crecen si me llamas al móvil. Acabo con las manos llenas de tinta cuando intento pensar en una frase que defina la energía que desprendes. Préstame atención. Catapúltate conmigo. Contemos todas las estrellas que han muerto antes de comernos la luna. Calculemos cuánto tiempo pasa entre tren y tren, entre té y té.

¿Qué ocurre en la cara oscura de la luna? ¿Por qué entre tantos buenos sentimientos es escucha un extraño y molesto zumbido? ¿Qué les pasa a las fieras qué cuando las rozas huyen? ¿Qué le pasa a tu reloj que no funciona? Algo se esconde como el monstruo de debajo de la cama. Algo se oculta entre las cortinas. Un extraño presentimiento. Algo que me hablaba en sueños, como avisándome, pero me hablaba entre mucho ruido o desde muy lejos. Y en efecto, tú hiciste la maleta y te marchaste a otro universo. Y yo me quedé en el sitio, pensando en todo este tiempo, escuchando el eco de tus pasos alejarse, el eco de tu ropa al rozarse, el eco de tu pelo al mecerse con el viento. Te vas lejos, y yo me quedo aquí, con el pijama puesto, esperando que todo sea un error. Un mal sueño. Tanto tiempo a tu lado y mi corazón ahora se ha roto en más pedazos que las copas de cristal al caer contra el suelo. Maldita confianza en mí mismo. Maldita confianza en tus malas intenciones.

15.2.10

Buenos días




No me des los buenos días. Déjate de ángeles de la guarda y turbias promesas. Solo relléname la copa y déjame seguir con mis pensamientos. No necesito un pañuelo para secar mis lágrimas, ni fuego para encender mi cigarrillo. Tampoco necesito pasar esta noche acompañado, así que lo siento, persona cualquiera que me mira cuando me reflejo en los espejos, pero hoy no necesito tú compañía. Solo un vaso y otro vaso, y otro vaso. Hasta que el sudor frio inunde mi ropa, salga el sol y camine a gatas. Por si acaso he traído ropa de baño, no sea que caiga en algún charco. Por si acaso no he traído mi corazón, no es noche para enamorarse. Lo siento, pero tus ojos de felino no me hacen sentirme mejor conmigo mismo. Tus ojos, como dos pozos de hielo y caos, no me ofrecen más que dolor a largo plazo. Y de eso tengo demasiado en el banco y debajo del colchón. Deja de mirarme y sonreírme, y no me invites a la penúltima. Solo soy el demonio disfrazado de humano, solo soy el monstruo de Frankenstein sin demasiadas cicatrices externas. Y tú, ¿te crees qué me engañas? Sé quién eres. Tu saliva son residuos radiactivos, tu carmín no es más que sangre. Y si me cuelgo de tu lengua siempre me resbalo.



Echo a correr, te intento dar esquinazo pero no hay cambios de sentido hasta varios kilómetros en línea recta. Y además, a pocos segundos de empezar mi sprint ya estoy agotado. Toso sangre y me duele la cabeza. Y las estrellas se ríen de mí a carcajadas. Y las farolas para bromear dejan de iluminar la calle. Me quedo solo porque tu presencia no llena las mentes de buenos presentimientos. Es más, los vacía de su calor humano. Pero bueno, yo aguanto, y mientras tú me dejas sin saliva y sin ganas de vivir, el sol va cumpliendo su horario de trabajo y se hace de día.



Y magullado y mareado a partes iguales llego a casa, aunque más que casa es una habitación y un balcón francés a uno de los lados con vistas a las continuas dudas que el aire, de vez en cuando (muy de vez en cuando), empuja aquí dentro. Y tras subir unos escalones que parecían montañas por fin consigo caer en la cama. Y mirando las grietas del techo casi atisbo a ver el cielo. La dureza del colchón me dobla por la mitad y me corta la respiración La tele no funciona y la nevera dejó de enfriar hace mucho tiempo. Lo siento pero aquí los problemas no se van por el desagüe más bien expulsan bajo amenazas y chantajes a mis geranios y se plantan en sus macetas. Y yo tanto por la costumbre como por el sentido del deber los riego. Y ellos van creciendo y yo menguando. Y desde que vivo aquí las arañas y otros insectos han decidido mudarse a cualquier otro lugar. Ya ves, no las necesito. Solo necesito que la luz entre hasta el fondo de la habitación, que el polvo desaparezca, que el papel pintado, que se rompe y despega de las paredes se contenga, se dé por vencido, y ocupe su puesto. Y tal vez con luz, y con todo en buen estado, este lugar no me parezca tan estéril, no me parezca tan desértico ni tan inútil. Tal vez, no tenga que acabar noche tras noche en ese mismo lugar donde todas las almas rotas acuden esperando que copa tras copa su alma se cosa a su piel. Que copa tras copa consigan eliminar a todas las termitas que impregnan sus corazones de madera. Tal vez no tenga que acabar noche tras noche esperando encontrar cualquier sonrisa, cualquier vestido que se componga de delirios y delitos. Cualquier perfume, mezcla de paraíso e infierno, al que no vuelva a ver cuando amanezca. Pero de momento sigo destruyéndome, poco a poco, eliminando la vida de mis células pegadas con celofán para que no se caigan. Pero de momento la luz no entra en la habitación, nada se arregla por sí solo, nada cambia de estado por su propia voluntad. Y gritando desde mi megáfono solo consigo agrietarlo. Nada cambia aquí, al otro lado del mundo, en la otra cara de la Luna. Nada cambia en mi escondrijo. Nada cambia en las flechas que me apuntan.



Nada cambia. Nada cambia….

EL JUEGO

No sé cómo llegué a esa situación. Estaba sentado en una silla de respaldo alto y reposabrazos cómodos, junto a otras cinco personas que no conocía, y que al parecer no se conocían entre ellas. Rodeábamos una mesa circular, de mármol blanco con una pata de hierro en el centro, semejante a un sauce llorón, que la sustentaba. Bebíamos algún licor en pequeños vasos de cristal, que nos había obligado a desabrocharnos algunos botones de la camisa y a aflojarnos el nudo de la corbata, y algunos fumábamos puros simplemente porque nos ofrecían. No recuerdo como era la estancia en la que me encontraba, las paredes de la habitación y el mobiliario se entremezclaban con una pesada niebla de mala memoria. Algunos hablaban pero en realidad no había demasiada conversación ni ánimos para iniciar una charla. Los nervios nos recorrían el cuerpo a todos los miembros del grupo y apurábamos los vasos rápido para volver a rellenarlos después.

Se oyeron unas campanadas, no sé cuantas fueron ni de donde provenían. Y el hombre que se encontraba delante de mí dio unos golpes a su copa con el metal de su reloj. Parecía que se disponía a hablar así que los que intentaban hablar callaron y los que no, le dieron el último sorbo al licor.

-Caballeros, ya es hora de que empiece el juego, ahora os pasaremos unas declaraciones que deberéis firmar. No se preocupen, es para no ocasionarles ningún problema legal a los que… ganen el juego- Dijo el hombre terminando con una sonrisa.

Un mayordomo, o al menos eso parecía por sus ropas, repartió unas hojas. Unos folios blancos con caracteres elegantes, y un hueco al final de la declaración donde se establecía claramente que había que firmar. Me leí las declaraciones, en una decían que un miembro del grupo, al cual desconocía su nombre y al que por supuesto nunca había visto hasta el día de hoy, cogió un revolver y se suicido. En la otra declaración establecía las razones de mi suicidio. Me pasaron una pluma Mont Blanc y al igual que el resto firmé las declaraciones. El mayordomo recogió los papeles y desapareció para volver de nuevo con una caja, parecida a un maletín pero de madera. Y se la entregó al señor que había hablado. Él la abrió, y tras apartar un pañuelo de seda rojo, saco un revolver y una bala. Nos lo enseñó e hizo un gesto para que nos tranquilizáramos.

-Bueno, esta noche como otra de tantas, vamos a volver a jugar caballeros. Ya deberían saber las normas pero las volveré a decir. Nos tocará el turno según el número que tengamos en la pegatina que todos llevábamos en el pecho. Iremos por orden de menor a mayor. No podemos retirarnos una vez empiece el juego. Y con el que pierda, se procederá a lo habitual. Llamaremos a las autoridades. Previamente limpiaremos el arma de nuestras huellas y procederemos a recoger nuestras declaraciones. Otra norma muy importante que debemos cumplir todos, caballeros, es que no podemos relacionarnos ni dentro ni fuera entre nosotros. Veo caras nuevas, y caras que han tenido la suerte de poder seguir jugando. A los nuevos les diré que estamos aquí porque somos distintos, diferentes al resto del mundo. No tenemos miedo. No tememos a la muerte. De hecho hoy compartimos habitación con la muerte. Y no nos importa. Somos adictos a la cercanía de su cuerpo. Al halo frío que desprende. A su aliento, a su guadaña. Nos gusta sentir el peligro, nos gusta sentir la muerte. Nos gusta jugar con la muerte y ganarla. Sabiendo que si perdemos no será del todo una derrota. Eso somos nosotros caballeros, eso es lo que somos. Y a mucha gente no le gusta. Si supieran todo esto, nos mirarían como a locos. La sociedad no nos entiende, y si se lo intentáramos explicar nos marginaría, nos apartaría de su colectividad. Por eso tomamos tantas precauciones, para que estas noches podamos jugar con la muerte. Y por el día reencontrarnos con esa sociedad que de alguna forma también amamos pero que no combina con nuestra adicción.- cargó la bala en el cargador y lo giro para que la bala se perdiera en el azar-Que empiece el juego.

Mientras dijo todo esto, los nervios, ahora más que nunca, empezaron a atenazarme el corazón. A enroscarse por mi cuerpo como si fueran una serpiente hambrienta. Impregnaban cada pedazo de mi piel, cada hueso, cada tendón, cada músculo. Notaba su peso en cada gota de sangre. Y estallaba cada vez que el corazón palpitaba, cada vez más rápido. Miré el número que anunciaba mi pegatina. El número cuatro. Somos seis, hay una bala. Uno de nosotros morirá los demás sobreviviremos. Seguro que todos pensaban lo mismo que yo. Sin embargo, cuando el hombre que parecía organizar, aparte de jugador habitual, acabó su discurso algo me llevó a querer participar en tan letal juego. El señor que tenía el número uno cogió el revólver, lentamente se lo acerco a la sien. Suspiró y nos miró a todos. Apretó el gatillo. Se escucho un ligero crack pero no pasó nada más. La bala no se disparó. Él era el primero en ganar a la muerte. Él era el primero en disfrutar de la suerte y de marcar las posibilidades de ganar a los demás. Todos le felicitaron por su victoria y se marchó. El número dos cogió el arma. También se apuntó a la cabeza y al apretar el gatillo no pasó nada. Se acercaba mi turno de jugar y cada vez estaba más nervioso y terriblemente asustado. Pero por otra parte ansiaba coger el revólver, disparar y no morir. Las manos me temblaban, y cuando cogía el vaso para dar un trago parecía que este pesaba una tonelada. El número tres cogió la pistola. Se apunto, respiró hondo, y apretó el gatillo. El sonido del arma al dispararse fue muy fuerte. Y hoy lo recuerdo como si me hubieran dado un martillazo en plena oreja. La sangre que salió disparada de la cabeza del hombre que estaba a mi derecha me salpicó en la cara y en el traje. Dejó de parecerme real todo aquello. Él cuerpo sin vida cayó hacia delante. Y el revólver golpeo al suelo con un sonido seco. El hombre que nos había hablado y explicado las reglas del juego sonrío, como si hubiera triunfado y volvió a hablar.

-Excelente caballeros, hemos ganado. Ha sido una buena partida, tal vez un poco corta. La muerte ha querido que él perdiera. Y ahora, procederemos con lo dicho anteriormente. No os asustéis por la policía, dentro de unas horas ya estarán ustedes en casa. Y mañana al anochecer celebraremos la victoria de este juego con otra partida.

13.2.10

!

Se consume el fuego. Se consume el oxigeno. Me consume el odio. Me confunden las señales de tráfico. Me asfixio. Me atraganto y me desconcentro. Me vuelvo a casa pensando lo injusta que es la vida, en lo egoísta que me gustaría ser. Duermo mal y me despierto de mal humor. Camino totalmente automatizado. Rompo a llorar. Se descongela el hielo. A veces pienso que los buenos recuerdos son los que más triste te ponen. A veces pienso que la Vida siempre está de luto y que la Muerte siempre tiene algo que celebrar. Todo a la inversa, nada se entiende. Tu mirada es un jeroglífico. Tu ausencia acaba conmigo y sin embargo quiero que te vayas lejos. Que se acabe tu hechizo. Que vuelva la luz del sol. Que no se empañen mis ventanas ni que se me caigan las escamas. Quiero que todo cambie pero que todo siga igual. Quiero que la música suene. Quiero que las sonrisas fluyan. Quiero reorganizar el caos de mi vida. Volverme loco de atar y escalar hasta los balcones de cualquier planeta. Atrapar luciérnagas si pienso que todo está demasiado oscuro. Aprender deprisa lo que lleva años aprender a fuerza de errores y fallos. Quiero que te vaya todo bien. Que las gotas consigan golpear el suelo cuando llueve. Que los pájaros me pregunten la hora si no son cucos.

Tantas horas intenté dejar de pensar que me di cuenta que solo podía pensar en ti. Mala suerte. Mal hallazgo. No te necesito, más bien no quiero necesitarte. Solo quiero que el dolor cese. Líbrame de mis cadenas y devuélveme mi corazón. Devuélveme las llaves del coche. No sé si tragarme la angustia de un trago sirve para algo. No sé si negar que existas tiene algún propósito. Nunca he caído al vacío pero puedo imaginar que se siente. Porque tus ojos son como dos precipicios que golpean a la costa de un mar embravecido. Y al mirarlos caigo. Y caigo como Alicia en la madriguera del conejo blanco. Caigo como cayó Roma. Como caen los meteoritos contra un planeta perdido en la inmensidad del universo. Y el impacto es brutal cuando pestañeas. Como si te arrancaran a la fuerza de un sueño perfecto. Y el impacto es brutal cada vez que no me hablas. Como un mal cálculo. Y si escribo es porque no se qué escribir. Y si hablo es porque no sé qué decir. Todo es tan extraño. Todo es tan sumamente raro como aparecer en otra dimensión, como pestañear y aparecer en medio de una ciudad extranjera de la que nunca has oído hablar.

Solo puedo pensar en que he estado haciendo todo este tiempo. En que he hecho. En que voy a hacer. En cómo he podido llegar a esto. Y no se me ocurre una buena contestación. Algo convincente. ¿Qué decir cuándo todo está al revés? ¿Cómo se escalan las montañas que no se pueden escalar? ¿Cómo me escondo de la aurora? Tantas preguntas sin respuesta, tantas respuestas que no vienen al caso. Tantos segundos por morir y tantas sonrisas pálidas por nacer. Demasiados besos que pierden el tren que comunica nuestras bocas. Demasiadas bocas de metro que no dicen ni una palabra de qué dirección cogiste. Tanto misterio en tu sala de estar que no me estoy quieto. Y cuando el combinado de somníferos y aspirinas me hace efecto ya es demasiado tarde como para dormir. Como para dormir y despertar en uno de esos sueños que no sirven para nada. Que al despertar no se recuerdan, pero se sabe que algo se ha soñado. Como las personas anónimas que al verlas pasar a tu lado por la calle te suenan de algo. Como todas las malas pasadas que nos juega la imaginación. Tantas horas perdidas buscando tiempo libre. Tanto mal tiempo en tan pocas horas.

Descubrir tus enigmas me ayuda a sobrellevar los días. A desenterrar el hacha de guerra cada vez que me das la mano con intenciones bélicas. Y yo aligero el paso para no quedarme pegado al suelo, para que se cumpla mi deseo de no ser visto. Transito el paraíso pero no tiene nada especial, ninguna promesa acertada para los peatones. Ninguna señalización como las que tiene el país de Nunca Jamás o la ruta 66. Ningún bar en kilómetros a la redonda.

El agua fría en la cara no despeja mi vista nublada, ni cambia la corriente de pensamientos iguales que avanzan por mi mente. Tú no estás y eso duele. Tú estás y eso duele más. Y el sonido de los pájaros se cuela en mi nido, y el calor de otros hogares me destroza el corazón. Y encerrado en mi propia cárcel y perdido en mi propio laberinto muevo lagos subterráneos de tinta para achicar las penas de mi regazo. Pero me hundo más y más en el desconsuelo de no servirte para nada. No me calmo ni contando hasta infinito, no me duermo hasta que el alma deja de quejarse y nunca lo hace. Y sigo queriendo que desaparezcas metiéndote en tu sombrero de mago, y que al sacarte de la manga seas una paloma que vuele lejos. Pero da igual el truco, alguno de los dos acabaremos desapareciendo, tal vez yo convertido en sapo, tal vez tú convertida en odio. Puede ser que lo mejor sea que desaparezcamos los dos, tú a tu vida y yo a la mía, tú a Londres y yo a California, tú tonteando con la noche, yo paralizado en pleno día.