29.5.10

Sleeping Lizard

Me cuesta hablar, me cuesta respirar y dar los buenos días. Vivo con costillas oprimiéndome los pulmones y con hiedra venenosa grapada al dorso de las manos para no poder agarrar las corrientes de aire que buscan sepultar de un soplido mis sueños. Y mis ojos de obsidiana gritan en silencio llamaradas de fuego y olas gigantes que barren las playas de tierra muerta y arrasan a los cangrejos que caminan en línea recta y en paralelo con el sol, y lo deja todo cubierto de algas verdosas que no paran de vender baratijas de latón y cubiertos de estaño. Y además lloran lágrimas saladas que me agrietan las mejillas y tienen vida propia. Y en cuanto se separan del lagrimal echan a correr y secan mi jardín, donde planto colmillos de lobo y árboles que miran con sus telescopios a la Luna y planean planear a otros jardines donde se les riegue más a menudo. Vivo con un reloj de cuco por corazón que tiene claustrofobia y un terrible miedo a volar. Pánico a las alturas como mis ganas de subir otro escalón. Y este cuco no se calla y además señala siempre la misma hora porque siempre es madrugada en mi corazón, que se contradice con mi cerebro porque en ese amasijo de células muertas y cuarzo siempre es hora de resaca. Y no puedo salir corriendo, porque mis piernas son patas de madera y todo son hogueras de verano, y si mi aventuro a poner un pie fuera del tiesto estallo en astillas y no me pueden reparar ni los astilleros.

Por eso encaramado al techo del cuarto me siento como un lagarto harto de sentir frío, harto de no poder camuflarse, harto de su lengua bífida, harto de sus escamas cubiertas de cicatrices y ceniceros donde se apagan las antorchas de los que no se quieren quedar a oscuras.

Y entre ascuas el lagarto lucha con el clima para volar y estrellarse contra el cielo y caer desamparado en un torrente de agua brava que le lleva a otro lugar dónde cobijarse de la lluvia no sea un problema, donde alimentarse de promesas y quizás, de deudas, de vicios, de luz artificial y de ganas de arder no sea necesario. Pero el lagarto no puede despegarse de su techo, no puede tomar el sol tumbado en una piedra y esperar a que el mundo gire tan deprisa que salgamos todos disparados contra la sonrisa del universo y cayendo en miradas traviesas naveguemos por agujeros negros y planetas habitados por el misterio y por las naves espaciales llenas de recuerdos. El lagarto se encierra en sí mismo, en ese chaparrón de arenas movedizas que tiene en lugar de órganos vitales, donde se resguarda de los copos de nieve cuando el vendaval es tan amargo y tan lleno de hierro oxidado que más vale no jugar al escondite. Tiñendo su sangre de negro como si quisiera devorar la noche y digerirla en un abrir y cerrar de ojos, para que tiempo y espacio fueran deshechos por sus jugos gástricos. Y sin tiempo ni espacio todo sería devorado a la vez por el lagarto y así todos los problemas, todo el griterío, todos los enjambres de coches y electrodomésticos, problemas de autoestima y agujas que hacen algo más que pinchar estarían atrapados en su estomago.

Y sigo sintiéndome como ese lagarto loco y dormido que cuando llueve cristal enseña sus venas, y cuando amanece araña al tenue color anaranjado del cielo y lo hace sangrar. Y la rabia que habita en él grita y el dolor aumenta, y la alegría hiberna hasta el verano y el dolor de muelas es un pasatiempo pasajero que se puede retomar cada mañana, y los barcos de papel no sirven de ayuda y las señales de tráfico son difusas igual que las pestañas de lo mismo de siempre, que no varía y que se difumina con la rutina y se mezcla con el aburrimiento para derretir neuronas y quemar vivo al espíritu.

Sigue dormido el lagarto, en algún lugar de mi cuerpo, donde la piedra, el papel y las tijeras se han cansado de luchar, pero se traicionan a la primera oportunidad y se rugen y se mienten y se aman y se odian, porque la soledad les hace hacer cosas inexplicables. Oxida las tijeras, pulveriza la piedra, arruga el papel. Y con ello la soledad me metamorfosea al lagarto y el lagarto aún así no vuela y sigue en el techo contando baldosas y babosas, y jarrones con rosas negras que no saben tener buenas conversaciones, sólo vomitar gramófonos donde gira el vinilo de la Muerte cantando y rogándole a la Vida que no se escape de entre sus manos y que le abrace para que se fundan en la misma tarta de cumpleaños sin velas, en la misma carta extraviada con información crucial cargada de impresiones de las retinas, y de retiradas de ejércitos invasores…

24.5.10

FIN DEL COLOR

Abro los ojos desgarrándome la piel de los parpados con las grapas que aprisionan mis pestañas. Las bocanadas de rayos de sol y muerte que se abren paso desde el infinito hasta mi rostro escuecen, y se ríen y se van y vuelven sin que yo pueda hacer nada. Abro los ojos y las astillas se me clavan más y más, atravesando mis nudillos y mis rótulas, dejando el Mundo plano y cabizbajo. Retrocedo, la Luna tiene hambre y a mis huesos todavía les rodea carne, alguna que otra arteria y kilos de dolor y preguntas sin respuesta.

Sigo vivo, noto que algo palpita sepultado en mi pecho, tal vez un engranaje que no se ha oxidado todavía como ha hecho el resto de metal que me atraviesa el cerebro. Tal vez sea un fantasma, de esos que habitan en las casas viejas y las llenan de quejidos y lamentos, también de telas de araña y de sabanas blancas sobre muebles tristes. Sigo vivo, si me cortas sangro algo parecido al alcohol pero mucho más tóxico. No sé, estaré vivo porque siento. Siento como las barcas avanzan por este rio de piedras y poca salud levantando costras. Siento este terrible viento que me deshace en millones de partículas para luego volver a formarme. Siento tu aliento de dragón puesto hasta arriba de sueños relacionados con vivir dentro de un reloj y comer cristal y beber días de lluvia entonces yo abro los ojos y así desapareces. Abro los ojos y no te vuelvo a ver aunque te tenga delante. Porque ¿sabes? El dolor me mata casi tanto como la angustia. Mil kilómetros cuadrados de tierra y la vida gira en círculos, da volteretas y saltos mortales como un dado en un casino. Y este azar me golpea en las corneas y me hace verlo todo en blanco y negro, como una cómica película antigua donde lo gracioso hoy ya no es para nada divertido.

Y corro por las calles manchándolo todo de acuarelas, en un degradado de azules y mentiras. El asfalto me mira a los ojos y frunce el ceño. Pero yo sigo corriendo haciendo caso omiso a todos esos lobos con máscaras y a todos esos corderos con pistolas. Brotando en cualquier jardín canto con la voz impregnada de dolor como el pájaro que nunca pudo volar, y sonrío como la fobia al sonreír sonríe a cualquiera. Me disfrazo de serpiente y mudo la piel en algún lugar en ruinas, donde una hoguera alumbra y palia el frío. Donde la Muerte saluda educadamente y busca pretendientes entre agujas y miradas sin brillo. Comiéndome la vida, dando zarpazos a todo lo que atisbo, al rojo vivo, dibujando escorpiones con tinta china en la espalda del destino. Dibujando pájaros que salen de sus jaulas, traumatismos craneales que no saben hablar. Y de tanto dibujar ni me entero de que todo está perdido entre la arena helada del desierto, entre las páginas de los libros, entre los secretos que guardan los gusanos de seda.

Todo está perdido y rodeado de maleza, trajes amarillos y estrellas que se derrumban sobre espejos y guitarras. Atragantándome con tierra y con hiedra venenosa. Olvidando por un momento que soy frágil y queriendo ser humo en su garganta, anidando en sus pulmones y en su lengua, tergiversando sus funciones vitales y creando una adicción fatal al peligro. Queriendo ser humo en su garganta y tela que se teje y sustituye a su edredón de paros cardiacos y tiburones hambrientos. Olvidando por un segundo que sólo soy un susurro que se cuela por las grietas de los caparazones de las tortugas, mirando al norte y al sur al mismo tiempo. Amanece otra vez con el mismo cielo en estado terminal y arrugado por el contacto con el agua. El agua no es más que las lágrimas de un nuevo día con las mismas viejas y malas noticias.

Vuelvo la vista atrás y sólo veo las cenizas de lo que he sido, un amplio camino gris que me ha llevado directo a este punto. Decisiones, atajos, pérdida de tiempo. Batir mis alas junto a demonios devoradores de almas. Volar con ángeles que nunca supieron nada del mundo. Cazar rosas y jazmines en territorio enemigo. Y por eso, vuelvo la vista atrás y hay ceniza, y luego miró al futuro y también hay ceniza. La ceniza de lo que seré, impregnando el siguiente año, la próxima semana, el próximo segundo. Y me caen lágrimas porque ya no sirve de nada jugar con leones y quimeras al escondite, no sirve de nada estar de luto en este entierro por adelantado. No sirve de nada comer besos y cicatrices y tirar monedas al viento y agarrarse a jirones de pelo que prefieren el suelo antes que ser agarrados. Miro a todas partes, miro en círculos, abro los ojos y mis venas. Y mire a donde mire siempre está esa expresión de miedo pero con un deje de sonrisa. Esa expresión que sin hablar me comunica que todo esto es el fin del color.

19.5.10

Granate apagado o fuera de cobertura

Me encuentro parado en mitad de la calle, mientras su vertiginosa velocidad transcurre a mí alrededor como si de una película rebobinada se tratase. El color se funde con la luz, la luz con el movimiento, el humo con el metal, el metal con el horizonte, el horizonte traspasa los edificios. Me encuentro parado, perdiendo la vida a cada instante, destrozándome los nudillos y las pezuñas, y los cuernos y la lengua recibiendo empujones de transeúntes movidos por la prisa, locos de atar, atados a horarios. Horarios que cansan hasta la muerte hora tras hora. Hora punta en sus corazones. Corazones que ya no sienten.

El sol se encuentra parado en algún punto por encima de mi cabeza, no lo puedo ver pero lo siento. Lo siento y quema. Quema como verte rodeado de aves fénix, como darle un abrazo a una estrella, como morir en la hoguera. El suelo de la acera también quema, pero sus millones de microbios ni se inmutan, siguen aferrados a la piedra, pasando sus vidas, siendo participes de la vida urbana. Me encuentro parado. Parado mientras el mundo se retuerce y respira, también tose y brinca, se sobresalta y se asusta. Parado y nadie se fija en que lo estoy. Para ellos sólo soy otra mota de polvo en sus recuerdos, otro rostro sin rostro, otra sombra, otro suspiro de viento, un eco alejado.

Me encuentro parado en mitad de la calle, pensando en el futuro de una ciudad anónima, en el futuro de sus ciudadanos anónimos, en el futuro de un mundo reinventado y arrasado mil veces. Miro el cielo y se encuentra demasiado alto como para arañarlo hasta llegar a sus huesos de nubes y hielo y que se desangrara lluvia ácida sobre todos nosotros. Miro el suelo, y hasta las flores huyen de él, como si fuera un cementerio de elefantes, una mirada que mata, un cáncer sin cura. Miro la calle. Una calle que se repite mil veces al norte, mil veces al sur, igual que ocurre en el oeste y en el este. Las mismas casas, los mismos carteles, las mismas luces, la misma miseria oculta entre sonrisas, los mismos secretos que empiezan al traspasar una puerta y que se acaban al abrir las ventanas, el mismo dolor en el pecho y en el brazo izquierdo, el mismo amor no correspondido en los balcones, la misma escarcha en el pelo y en la comisura de la boca, los mismos sentimientos tan difíciles de explicar que estallan. Miro un poco más lejos y sólo hay lo mismo. Una y otra vez, una y otra vez.

Me encuentro parado, aguantando la respiración, fundiéndome lentamente con el suelo, chillando en silencio, saltando sin moverme. Destrozando mi alma y mi mente contra las señales de tráfico y las palomas difusas y distraídas que pululan por todas partes. Pienso en la gente con prisa. Aquella gente igual, que siente y piensa lo mismo. Con algunas variaciones, pero con el mismo fondo donde convergen cenizas y cansancio, tristeza y alegría, sueños que se terminaron cuando la juventud acabó e historias únicas que esperan poder ser algún día contadas. Esa gente, que pasa a mi lado a la velocidad de la luz, dirigiéndose hacia sus vidas. Pasan deprisa pero la resignación que llevan pintada se deja notar como un aura clara. La resignación de vivir así y no de otra forma, de pertenecer a un lugar y no a otro, conformarse con lo que se tiene, dejar ir a tantas cosas…

La Luna empuja al sol y se pone en su lugar, alumbrando la misma calle en la que me encuentro parado, donde las mismas personas caminan y malviven, donde la prisa se viste con sus mejores galas. Me encuentro pensando en los insectos que prácticamente sin ser vistos conquistan la ciudad. Las hormigas, agujereando el asfalto y el parquet. Las arañas con un millar de patas metálicas tejen entre rincones de calles, de túneles del metro y alcantarillas, garabateando en el terciopelo y en las exclamaciones, mirándolo todo con sus ojos brillantes y decididos, esperando a que caigamos en sus redes. Las mariposas malgastando su corta vida entre el ocio del casco antiguo, perdiendo el tiempo sin nada que hacer, introduciéndose en estómagos, dejándolo todo a un lado.

El mundo sigue su curso deprisa, igual que la ciudad y sus habitantes y sus insectos, llenándolo todo de agua oxigenada y máscaras, de pinturas de guerra y besos que se pierden en el aire. Dejándonos ver las cosas a medias, tendiéndonos trampas, cubriéndonos de ambigüedad y anti materia, cubriéndonos de un ácido color granate apagado o fuera de cobertura.

12.5.10

Verde bacteria.

Si me habla tartamudeo. Si me mira me evaporo. Echo a correr, me pierdo en esta carretera nacional que no lleva a ningún sitio. Escarbo en el suelo en busca de algo más que tierra, piedras e insectos, pero sólo abunda este desagradable verde bacteria, estas incansables maneras de acabar bajo tierra, ese molesto zumbido en los oídos que me hace impermeable.

Brillan las estrellas pero esta noche toca morir un poco, respirar gas, exterminar este vacío que se llena con objetos perdidos. Cae el telón y tres capas de pintura, tormentas de verano y miradas acechantes. Y cuando extiendes las alas los pájaros caen en picado y mis ganas de saltar aumentan. Me encierro en un baúl junto a todos mis sueños mientras afuera se extiende la sombra de los monstruos, de las dudas, del amargo sabor venenoso y oscuro del espino. Mejor encerrarse en un baúl con tus sueños, que encerrarse en un mundo que todo te quita. Y sin nada que tener ¿qué nos queda? Un largo camino, un triste desencuentro, un final agrio.

Rodeados de agua, y su maldad se cierne sobre esta ciudad desprotegida, que se mece nerviosa, que no se puede proteger. Rodeados de almas, y mil miradas asesinas hacen amagos de matar. Tantos gatillos que se aprietan, tantas balas que se disparan, tantas almas que nos dejan de rodear. Y yo sólo me conformo si vuelve a amanecer, ella se conforma si otro tren choca, si dos manos se separan, si sólo nos depara un futuro lleno de lluvias de fuego, falta de horas de sueño. Y caen agujas de las nubes, yo me vuelvo a casa, ella a sus sueños. Sumidos en el caos por lo menos alguien siempre tiene motivos para sonreír o hacer sonreír de vez en cuando, por lo menos su maldad cicatriza fácilmente.

Agua y aceite, medusas y porcelana, el sol y su rostro. Vuelta a empezar. Me desvelo, cierro los ojos y todo se desvanece, los abro y cae un aguacero y es terrible, mis costillas no aguantan más mentiras a mí mismo, a mi mente le cuesta imaginar un final feliz, a mis manos dibujar algo que no sean bodegones de tristeza y amoniaco. Deshecho y sin contorno mis movimientos han dejado de ser agiles, mis temores más profundos, mis actos menos lógicos. O tal vez no, a lo mejor dar brincos y tejer viento, dar la vuelta al mundo y atiborrarme de dragones, saltar de tu boca a otra boca y no querer morirme de anhelo no sea tan raro. Tal vez no sea tan raro crecer con la edad, dejar de pensar que el tiempo no pasa, dejar de pensar en todo lo que no se pudo hacer, lo que no dio tiempo, lo que a pesar de todo no sirvió.

Llega otra nota con la misma marca de labios, seguidas de las mismas letras grabadas a fuego y furia, que juegan con mi alegría y la desbalijan, la entierran viva, la marcan de por vida. Unas pocas líneas de tu color de ojos y me mudo de pentagrama y me vuelvo loco. Un poco de tu tacto y caigo al centro de la tierra, me quemo y ni me importa. Trato de trazar algún plan de combate pero solo puedo agarrarme a algún reloj, a alguna mesilla de noche, a alguna corchea que todavía no se ha disuelto camino de la radio a mis oídos. Trato de sobrevivir en este desorden, en esta montaña de latas y alcantarillas, en esta montaña de arañazos y mala suerte a la que estoy ligado sin haberlo querido, en la que me encuentro sin poder hacer nada más que escalar y descender, escalar y descender.

Apaga las luces y desaparece entre la tiniebla, entre la trama, entre la textura. Y con el peso del cielo entre sus hombros sigue aguantando sin cansarse apenas. Luego los volcanes estallan y los maremotos nos arrasan, pero aún así siempre algo sigue intacto, no sé, puede que nada sea cierto, puede que no haya moraleja, ni pasión ni calma, sólo letras que desfiguradas se unen y entrelazan para solo crear un espacio sin sentido.

7.5.10

Negro cursiva y lo de siempre


“Bébete mis ganas como yo consumí tus delirios. Disfraza tus mentiras de verdades.
Bésame. Llórame. Muérdeme el vacío.
Me perdí entre tus dudas como se pierde una cicatriz en la sala de urgencias de un hospital.
Te metí en la jaula de las esperanzas y los somníferos pero aquel gato rompió los espejos.
Tu recuerdo ha devorado el segundero de mi reloj de bolsillo. Deja al silencio gritar, que llevo
días sin comerme tus caricias.
He bebido del océano para morirme de sed, para morirme contigo, para ser un sueño, la sonrisa de un pájaro extraviado.
He cosido a tus caderas las líneas de mis manos.
He dormido las noches que te restan.
Le he robado los miedos a tus pestañas.
Si entre tus rizos reinan las dudas, que se las lleve el viento.
No me sigas, estoy perdido.”*

Retumba en mi conciencia y no me deja en paz. Todo esto que yo no he dicho pero que me desvela y me hace trizas, que me encadena a las llamas y me hace pensar que nada es real y que todo está roto, que esta locura asesina y helada tiene razón, estoy perdido. No me sigas, que zigzagueo como un loco y además no paro quieto. Dibujando espirales en tus ojos de gato caigo siempre en la misma trampa para ratones. No me sigas, que ando sonámbulo por el día y por la noche necesito comer pilas y generadores eléctricos. Atravesando el polo a través de tu laringe, buscando tu corazón en esta floristería en bancarrota. Ya ves, apuesto todo al color rojo y justo tu pintalabios cambia a una mezcla de color entre el negro cursiva y lo de siempre. Buscando la manera de desaparecer de tu mapa y de tu brújula. Ya no sé si reír cuando te veo o llorar desconsolado. Esta primavera es más dura que un continuo invierno sin chimenea ni Navidad.

Y es que sin ganas de leer más promesas en otros ojos que no son tuyos me falta el oxigeno. Me caigo. Parpadeo. Desaparezco. Y me doy cuenta de que es totalmente imposible remontar el vuelo entre estos fuegos fatuos. Es imposible no dejarse llevar en esta fuerte corriente marina que arrasa con todo, que arrastra casas viejas, ballenas, botellas vacías y una gran indiferencia. No sé lo que veo, no sé lo que oigo. Todo parece tan sumamente sencillo, todo parece tan profundamente lejano cuando no estás cerca. Y llueve rabia y la arena se transforma en una mezcla de barro y problemas, de esos que si te manchas los zapatos olvídate de conseguir limpiarlos. Llueve y yo deseando que me destruyas con una mirada furiosa, con la tempestad que surge de uno de tus suspiros. Llueve y mi paraguas se olvida de aparecer por casa. Esa casa llena de charcos y ranas, de olvido y mala salud.

Y golpeándome en el mar como un canto rodado todo cobra un matiz distinto, todo se distorsiona y aleja, todo muda de piel, todo muere y renace, se quema y se hiela, germina y se seca. Pero hay algo que no cambia, y es que esas palabras siguen repitiéndose en algún lugar de mi conciencia, quemándome las mandíbulas y masticando mis muelas, tragándose mi alma y destruyendo mis neuronas. Todo parece igual y la vez completamente distinto. Todo parece tan falto de vida y sin explicaciones convincentes que no ganan aplausos de un público acomodado a las desgracias. Y todo duele, al mirar tus fotos los segundos impares son veneno y los pares antídoto. Y cada una de esas palabras sigue retumbando en mi conciencia y no dejándome en paz, cómo todo lo que yo no he dicho pero que me hubiera gustado decirte.


*Parte by Andrea http://tallerdeescrituraelhiloazul.blogspot.com/2010/04/blog-post.html ^^

1.5.10

Blanco medusa

Creemos ser libres. Creemos ser aves rapaces que desaparecen si la música no es adecuada al clima. Creemos ser felices simplemente con un día soleado, con una sonrisa como vuelta por otra sonrisa. Creemos ser brisa marina entre la prisa continua de la hora punta. Creemos ser jeroglíficos indescifrables en medio de esta ruina de lamentos y de acentos mal colocados. Creemos ser mejores, mejores que otros que son peores. Mejores que las alfombras voladoras, que las mañanas de sábado, que los días lectivos. Creemos saber la verdad del universo. Creemos conocer todas las respuestas. Y luego los atardeceres nos desconciertan, el paso del tiempo nos acaba matando, el corazón se acaba rompiendo una y otra vez.

Pensamos que somos especiales, que somos únicos. Pensamos que no tenemos nada que ocultar y sin embargo siempre hay cosas que guardar bajo llave. Siempre hay pensamientos que tapar con cemento y ladrillos. Pensamos que todo se arregla, pero hay cosas que quedan en el alma y no se curan, que ladran y se retuercen y nos impiden olvidar, que permanecen y cuando menos te lo esperan aparecen y te clavan un cuchillo. Como cada vez que te miro a los ojos o me abrazas. Como cada vez que hablo y no sé lo que digo.

Tenemos la certeza de que todo no puede ir peor. Pero si empeora lo achacamos a la contaminación acústica, a un repóquer de ases maltrechos y desfigurados. Tenemos la certeza de merecernos algo mejor, pero navegar entre gaviotas y entre calles asfaltadas no implica ser mejor persona, luchar a diario por un segundo más de frío invernal no cambia nada. Tenemos la certeza de que algún día sin querer nuestros sueños se habrán cumplido. Y sin embargo, callados vemos como nada se cumple, como todo es mentira, como nada acierta, como nada hace línea y mucho menos bingo.

Pensamos que ella es única, que es mágia casi divina. Pensamos que algún día compartiremos techo y agua con sus labios, que robaremos besos de su cuello y piel de sus párpados. Pensamos que merecemos robar sus sabanas y quedarnos de recuerdo sus pestañas, y pasar la noche sumergidos en su perfume y no nos damos cuenta que su imagen ya voló aunque no lo notáramos, que ella tantea otros terrenos mucho más escarpados e inaccesibles. Y luego entre la espada y la pared sentimos el hechizo de sus ojos, y tragando saliva y veneno nos hace daño su recuerdo y sus papilas gustativas, e internados en la prisión de sus costillas navegamos sin rumbo por su sangre para nada porque cuando encuentre tierra firme nos deja sin billete y sin maleta. Perdidos en la inmensidad de un mundo que se esconde de nuestras lágrimas plagado de delitos y ceniza, de alcohol y de síndrome de abstinencia.

Y qué quiere el mundo de nosotros si no somos más que piedra, más que agua, más que fuego, más que viento, más que nada. Si solo queríamos ser otras personas, otros destinos, otras llegadas. Si ataviados con lupas en los ojos y telescopios en las manos no vemos más que lo queremos ver aunque duela. Y la realidad está a un lado a la otra vertiente de su lengua. Y aunque su cara busca ayuda en la selva, sus hombros piden llorar desconsolados hasta que no haya más agua en los depósitos de sus ojos. Llorar y gritar que el mundo la engañó que todos esos a los que creyó amar no eran más que plastilina y sal, bombas de relojería destinados a otros destinos llenos de espino y ciencia infusa. Sus hombros cansados de apoyarse en hombros que no entienden términos técnicos, ni de calor, ni malas hierbas y dolores en la espalda, sólo buscan comprensión en estos lugares de muerte y caos.

Tal vez por eso nos hayamos vuelto fieras, malas bestias en busca de carne y sangre. Ángeles negros y vagones de trenes, caramelos en llamas y atisbos de color blanco medusa.